Cada 17 de mayo, desde hace ya cuarenta años. L’Alfàs del Pi, mi pueblo, es una fiesta. La colonia de noruegos, que en su día nos eligiera para fijar su residencia y que aumenta día a día, celebra su Dia Nacional.
El momento álgido lo constituye el desfile cívico por las calles del municipio de cientos de ciudadanos de ese país blandiendo sus coloridas banderas y estandartes. Me toca participar como consorte, mi mujer es Noruega y mis dos hijos cabalgan cómodamente a lomos de las dos culturas, lenguas y países.
De todos modos siempre admiré ese amor por su país que tienen , especialmente los pueblos escandinavos. Es un orgullo, para nada agresivo y excluyente sino más bien todo lo contrario y con su celebración, que ha llegado a formar una parte de nuestro acervo cultural y festivo como tierra de acogida-Se persigue, en mi opinión, compartir con los demás, la alegría con la que los ciudadanos noruegos, de toda edad y condición, viven ese día.
Algo parecido pude experimentar hace unas semanas en Holanda con su anual celebración del cumpleaños de su Reina. El País se tiñó de naranja por un día y las fiestas y celebraciones estrecharon ,más si cabe, lo que une a todos los holandeses, pero sin contraposición a nada ni nadie en particular, que es lo bueno.
La única vez que he experimentado algo similar en España fue cuando ganamos el mundial de fútbol, y las banderas perdieron toda las connotaciones que pudieran haber tenido tiempo atrás ( que no fueron pocas), para simbolizar la euforia por la hazaña conseguida.
Y es que nuestro país, nuestra antigua y venerable piel de toro “ pell de brau”, como la denominara el poeta catalán Salvador Espriu, no es comparable a los países anteriormente mencionados, ni en su convulsa historia ni en su variopinta idiosincrasia.
Sólo aprendiendo de las lecciones del pasado y entendiendo la diversidad como algo enriquecedor en lugar de una amenaza, podremos avanzar como conjunto. Espriu ya lo decía : “Escolta Espanya la veu d’un fill que es parla en llengua no castellana”, (escucha España la voz de un hijo que te habla en lengua no castellana).
La única vez que se ha abordado esta cuestión que, queramos o no, tenemos aún pendiente, ha sido con Zapatero como presidente de gobierno: firmeza con los violentos y terroristas y diálogo con los que aceptan el juego democrático. El fin del terrorismo está cerca, esperemos que más que la eventual victoria de un Rajoy, siempre imprevisible en lo verdaderamente importante. El experimento de Québec a los que algunos situaban como referencia, se ha desvanecido estrepitosamente, el agua no puede llegar al río en Escocia y Convergencia i Unió, bajará del monte donde ha amenazado con subirse, porque no son tontos. Tiempo al tiempo…
Nos queda lo verdaderamente esencial, el diálogo y la palabra.
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