sábado, 13 de enero de 2018

EL AÑO EN QUE VIVIMOS PELIGROSAMENTE



            No hay la menor duda. El 2017 pasará a la historia de España por méritos propios. Ha sido un año en el que muchos hemos sentido el vértigo que produce el asomarse al mismo precipicio por el que nuestro país se despeñara, tampoco hace tanto, empujado por “los hunos y los hotros”,  de Unamuno .

            Después, es cierto  todo ha adquirido aires de tragicomedia, con la  estrambótica estampida de “Fuig del mon”, el flechazo de Forcadell por el 155, las descarnadas quejas Rull (o Turull) por el flatulento menú carcelario y el desatado misticismo presidiario de Junqueras,. Personajes todos cuya verdadera talla moral se ha venido perfilando a posteriori a golpe de “moleskine”.

            Una bandera republicada  en el palacio de Comunicaciones certificó en su día la caída de la monarquía según Pla en “El Advenimiento de la República”  y aquí nadie arrió la española en el Palau de la Generalitat porque los primeros sabedores de su farsa eran ellos en calidad de autores.

            Lo cierto es que todos hemos perdido con la charlotada, empezando claro por los catalanes, con  una sociedad fracturada y enfrentada, una economía gravemente dañada en caída libre y unas expectativas de mejora ( y esto es  preocupante)  inexistentes.

             La imagen y credibilidad de España por su parte se ha visto también  tocada por obra y (des)gracia de la torpeza del gobierno a la hora de afrontar la jornada electoral aunque paradógicamente haya sido el único en sacar tajada de estos dramáticos acontecimientos al usarlos como cortina de humo. Ha conseguido ocultar, siquiera temporalmente, los devastadores efectos que la crisis ha tenido en un país de salarios precarios, pensiones menguantes y juventud sin sueños, para coger  aire antes de que el tsunami de corrupción que le persigue por toda la geografía española acabe por engullirlo, encumbrando al tándem Arrimadas/ Ribera  avalados por poco más que la coherencia y gallardía de  la primera en el galimatías catalán.


            Porque el PP que niega la mayor en lo que a corrupción se refiere  donde gobierna, reniega del propósito de  la enmienda donde ejerce de oposición. En la Comunidad Valenciana  sin ir más  lejos, el caso es lacerante. Después de cuarenta años de franquismo hemos sumado  otros 20 de gobiernos populares, con los devastadores efectos que todos conocemos. Nos encontramos  ahora con  que la Sra. Bonig, ha pasado de los gritos a diestro y siniestro, a la amenaza directa a sindicatos y organizaciones empresariales.  José Císcar, por su parte, medio amortizado,  tercia en un  rapto de sinceridad y aclara que el PP nunca ha sido el partido de los empresarios. Algo evidente,  al menos en el caso de los honrados y eficientes. Los que financiaban sus saraos eran los otros y así nos luce el pelo.

            En la obra de Josep Pla a la que aludíamos hay un divertidísimo pasaje que un simio enjaulado que tras perder su cola a manos de un marinero borracho en la travesía a España desde América,  se percata del percance al abandonar su encierro cayendo en el histerismo. Se diría que otro tanto le acaba de suceder a la líder del PP valenciano. Ha reparado al fin que se ha quedado sin cola (poder), mientras ve la de César Sánhez lucir con esplendor, magníficamente fijada con el “super glue” de la marca Sepulcre, especialidad de la casa (Maruja Sánchez, Lizondo, Ramón Llin…).
           
            Mientras la una se desgañita inútilmente clamando en el desierto, o se regatean unos céntimos al salario interprofesional, el otro sin despeinarse, sube un 15% el salario a su secretaria, antigua conocida de “Richy” Costa, o canoniza al alcalde de  La Nucia (ahora que “lo suyo” está más tranquilo), con unos emolumentos que ya quisiera el President de la Generalitat.

            La ambición del César (Sánchez) es de la envergadura de los edificios que autoriza en Calpe, sin techo.  Lejos quedan los días en que le veíamos picar palmas primero con Camps, luego con Fabra  ( antes lo haría con Morató), chupando plano en Canal 9 sin desfallecer, porque es la mejor forma de hacer carrera en política, empezar por las palmas hasta llegar a la mímesis total: edificios desaforados, campos de golf sin agua, ( de los tránsfugas ya hablamos) y sobre todo una manicura perfecta para lucirla sin rubor engarzando grácilmente los dedos en actos institucionales al modo de Zaplana, Camps, Fabra o  de su antecesor José Joaquín Ripoll.

            Siempre consideré un ultraje que a este último la policía le violentara con las esposas unas extremidades superiores  cuidadas con tanto primor.

            Lo dicho, Bonig lo tiene crudo y nosotros también porque de la izquierda no hemos hablado, ni falta que hace, especialmente en Alicante.