No hay la menor duda. El 2017 pasará
a la historia de España por méritos propios. Ha sido un año en el que muchos
hemos sentido el vértigo que produce el asomarse al mismo precipicio por el que
nuestro país se despeñara, tampoco hace tanto, empujado por “los hunos y los
hotros”, de Unamuno .
Después, es cierto todo ha adquirido aires de tragicomedia, con
la estrambótica estampida de “Fuig
del mon”, el flechazo de Forcadell por el 155, las descarnadas
quejas Rull (o Turull) por el flatulento menú carcelario y el desatado
misticismo presidiario de Junqueras,. Personajes todos cuya verdadera
talla moral se ha venido perfilando a posteriori a golpe de “moleskine”.
Una bandera republicada en el palacio de Comunicaciones certificó en
su día la caída de la monarquía según Pla en “El Advenimiento de la
República” y aquí nadie arrió la
española en el Palau de la Generalitat porque los primeros sabedores de su
farsa eran ellos en calidad de autores.
Lo cierto es que todos hemos perdido
con la charlotada, empezando claro por los catalanes, con una sociedad fracturada y enfrentada, una
economía gravemente dañada en caída libre y unas expectativas de mejora ( y
esto es preocupante) inexistentes.
La imagen y credibilidad de España por su
parte se ha visto también tocada por
obra y (des)gracia de la torpeza del gobierno a la hora de afrontar la jornada
electoral aunque paradógicamente haya sido el único en sacar tajada de estos
dramáticos acontecimientos al usarlos como cortina de humo. Ha conseguido
ocultar, siquiera temporalmente, los devastadores efectos que la crisis ha
tenido en un país de salarios precarios, pensiones menguantes y juventud sin
sueños, para coger aire antes de que el tsunami
de corrupción que le persigue por toda la geografía española acabe por
engullirlo, encumbrando al tándem Arrimadas/ Ribera avalados por poco más que la coherencia y
gallardía de la primera en el galimatías
catalán.
Porque el PP que niega la mayor en
lo que a corrupción se refiere donde
gobierna, reniega del propósito de la enmienda
donde ejerce de oposición. En la Comunidad Valenciana sin ir más
lejos, el caso es lacerante. Después de cuarenta años de franquismo
hemos sumado otros 20 de gobiernos
populares, con los devastadores efectos que todos conocemos. Nos
encontramos ahora con que la Sra. Bonig, ha pasado de los
gritos a diestro y siniestro, a la amenaza directa a sindicatos y
organizaciones empresariales. José
Císcar, por su parte, medio amortizado, tercia en un
rapto de sinceridad y aclara que el PP nunca ha sido el partido de los
empresarios. Algo evidente, al menos en
el caso de los honrados y eficientes. Los que financiaban sus saraos eran los
otros y así nos luce el pelo.
En la obra de Josep Pla a la
que aludíamos hay un divertidísimo pasaje que un simio enjaulado que tras
perder su cola a manos de un marinero borracho en la travesía a España desde América, se percata del percance al abandonar su
encierro cayendo en el histerismo. Se diría que otro tanto le acaba de suceder
a la líder del PP valenciano. Ha reparado al fin que se ha quedado sin cola
(poder), mientras ve la de César Sánhez lucir con esplendor,
magníficamente fijada con el “super glue” de la marca Sepulcre, especialidad
de la casa (Maruja Sánchez, Lizondo, Ramón Llin…).
Mientras la una se desgañita inútilmente
clamando en el desierto, o se regatean unos céntimos al salario
interprofesional, el otro sin despeinarse, sube un 15% el salario a su
secretaria, antigua conocida de “Richy” Costa, o canoniza al alcalde de La Nucia (ahora que “lo suyo” está más
tranquilo), con unos emolumentos que ya quisiera el President de la
Generalitat.
La ambición del César (Sánchez)
es de la envergadura de los edificios que autoriza en Calpe, sin techo. Lejos quedan los días en que le veíamos picar
palmas primero con Camps, luego con Fabra ( antes lo haría con Morató), chupando
plano en Canal 9 sin desfallecer, porque es la mejor forma de hacer carrera en
política, empezar por las palmas hasta llegar a la mímesis total: edificios
desaforados, campos de golf sin agua, ( de los tránsfugas ya hablamos) y sobre
todo una manicura perfecta para lucirla sin rubor engarzando grácilmente los
dedos en actos institucionales al modo de Zaplana, Camps, Fabra o de su antecesor José Joaquín Ripoll.
Siempre consideré un ultraje que a
este último la policía le violentara con las esposas unas extremidades
superiores cuidadas con tanto primor.
Lo dicho, Bonig lo tiene
crudo y nosotros también porque de la izquierda no hemos hablado, ni falta que
hace, especialmente en Alicante.
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