domingo, 8 de mayo de 2011

El jorn dels miserables.

En  la década de los 80 se produjo en España un terrible envenenamiento masivo. Muchas personas de clase humilde perdieron la vida o la salud al consumir un aceite de colza adulterado. Alguna víctima relataba hoy en TVE, entre lágrimas, como los responsables de sus desdichas, los que se habían enriquecido a costa de arruinar el futuro de cientos de personas inocentes, les hacían cortes de manga  a la salida  de los juzgados. Me ha parecido horripilante.

En el mismo día leo las declaraciones de Francisco Camps sobre José Luis  Rodríguez Zapatero. Más  o menos le acusa de tener importantes carencias  debidas a que su abuelo no le transmitió cariño y ternura. Efectivamente, tiene razón.  Difícilmente lo hubiera podido hacer porque  ya se encargó Franco de fusilarlo en su momento, como a otros miles de españoles. Su delito era haber sido fiel al gobierno legítimo de la República. Lo que ya no sé es si pudo ser enterrado por sus familiares o descansa en alguna de las fosas comunes de las que los del Partido Popular de Camps no quieren ni oír hablar.

Es verdad que en las campañas electorales uno está preparado para escuchar de todo, exageraciones, declaraciones subidas de tono, acusaciones más o menos infundadas (o fundadas del todo), pero infamias de este calibre, personalmente jamás las había escuchado.

Dicen que Camps lo ha pasado muy mal por todas las acusaciones de corrupción, cohecho o lo que sea, a las que ha tenido que hacer frente y que siguen pendiente  de ir al juzgado.  Es verdad que el sastre José Tomás que declarara contra él por los trajes que al parecer le regalaron los de la trama Gürtel, llegó a decir ante el juez (antes de cambiar de opinión)  que "era buena gente", ("el President_"). A mi modo de ver sólo caben dos explicaciones para poder articular un discurso tan vil desde el punto de vista moral: o se ha perdido el juicio o se es un canalla de tomo y lomo, porque, en ocasiones, y esta puede ser una de ellas, ni siquiera todo el cariño y la ternura de los abuelos, por mucho que  sea, puede librarnos de ser unos auténticos miserables.

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