Es indudable que la educación ha
sido una de las mayores paganas de la crisis de la que estamos saliendo según
algunos. Fueron años desgarradores en donde compañeros que se habían dado lo mejor de sí y dejado las cuerdas vocales
sirviendo en las desangeladas aulas de
la escuela pública, vieron en su tramo final como en la Comunidad Valenciana no
sólo “la fiesta no acababa nunca”, según llegó a decir algún impresentable, sino
que además se podía regresar al pasado;
a uno donde los libros de texto recuperaban su categoría de artículos de lujo y
donde el desayuno y almuerzo fueran para algunos niños como el quimérico bocata
del Carpanta de los cómics de
nuestra infancia. Las tasas universitarias alcanzarían las nubes y las universidades
serían menos públicas, con sus masters a
precio de oro.
Y mientras Wert sembraría de obstáculos y trampas el devenir académico de
nuestros hijos con la cantinela de “la
ley del esfuerzo” y de la meritocracia, aunque su amancebada Gomendio nos
acabaría por confesar lo que realmente
le aterraba : la facilidad con la que la población accedía a la universidad en
España (La Vanguardia)
Es en este contexto donde el caso Cifuentes destaca con toda su crudeza.
La “ley del embudo” de toda la vida. Igual que los títulos de chiste de Casado. Los de Cantó, el de Izquierda Unida o lo del Franco del PSOE ( ¡¡¡que maldición la de este apellido!!!), son deplorables, condenables, sin duda, pero
sobre todo, tristes, porque evidencian complejos y miserias. Ni de lejos tienen
el alcance de lo de Cifuentes, que
no dudó en servirse de una universidad
pública para satisfacer su vanidad, poniendo
un título universitario a la altura de los famosos tatuajes de los que
presume para dejar, a la postre, la institución a los pies de los caballos.
Nada nuevo bajo el sol por otra
parte. Otro tanto hicieron aquí con Canal 9. Su rector, por cierto, emula a los
trabajadores de este medio que blandieron
la pancarta de “la veu d’un poble”, solo cuando les habían
retirado el plato de lentejas que habían pagado con su dignidad profesional,
precisamente amordazando a todo un pueblo del que después aseguraban ser su
voz,
La renuncia de Cifuentes al título, se asemeja a la de la madre impostora del juicio salomónico y nos
recuerda que a la crisis económica que ha asolado toda Europa, en España además
, hemos tenido otra de carácter ético,
moral si se quiere, que lejos de desaparecer se perpetúa en los aplausos y
apoyos que está recibiendo la presidenta
madrileña por parte del PP y del gobierno , por si no fuera ya grave la crisis
de nuestras instituciones.
Es por eso que me invadió una
profunda melancolía leer las palabras de Zaplana
en este mismo medio. Una cosa es que se ponga de perfil ante el triste
devenir y la postración de nuestra Comunidad. Al fin y al cabo somos humanos.
Otra
muy distinta es que apele, precisamente él, a la educación como única
salida en un entorno digital (o algo similar). No pude evitar acordarme del ex
rector de la Universidad de Alicante, Andrés
Pedreño, cuyo Proyecto Científico y
Tecnolócico él mismo se encargaría de
dinamitar, abortando lo que sin duda hubiera supuesto un gran salto hacia el
progreso y la excelencia de la
Universidad y la provincia de Alicante. Probablemente otro gallo nos estaría
cantando en estos momentos
Por eso, no estaría de más recordar que cuando alguien nos aconseja no mirar atrás, lo suyo, lo más prudente
( más
aún si se trata de Zaplana),
es desconfiar de oficio; no sea que nos
esté intentando colar un nuevo “sinpa”;
simbólico claro, porque sus facturas reales bien caro que nos están
saliendo. a todos los valencianos.