Aquel
año en la gala de inauguración del Festival de Cine de L'Alfàs, no cabía ni un alfiler. Hacía poco que el Partido Popular accedido a
la deseada alcaldía mediante una polémica moción de censura y su desembarco fue
arrollador en el emblémático acto cultural, a modo de celebración . Alcaldes,
diputados y cargos departían animadamente con algún que otro conseller venido
para la ocasión.
Mi
presencia en el evento no podía resultar más embarazosa. La tremenda crispación
política vivida en los últimos meses en L'Alfàs y el hecho de haber debutado
como portavoz en el histórico pleno de la moción, me habían convertido en poco
menos que un apestado con el que pocos se atrevían a cruzar palabra, “sic
transit gloria mundi”
Es
probable que la experiencia política
acumulada por el alcalde de Benidorm Vicente Pérez Devesa le
permitiera percartarse de esta
circunstancia, pero lo cierto es que abandonó el grupo de acompañantes alcaldes de la comarca, algún
diputado y se acercó cruzando pausadamente el auditorio de la Casa
de Cultura para darme un fuerte apretón
de manos y preguntarme, al tiempo que
golpeaba cariñosamente el hombro por el alcalde depuesto, al que
seguramente habría conocido en su
dilatada trayectoria política.
No
conocía a Pérez Devesa. Jamás había cruzado palabra con él, aunque admiraba sus dotes de orador
, sarcasmo y socarronería que usaba para
sentenciar cualquier debate (aún
teníamos canales locales de televisión). Sin embargo en aquella ya lejana noche
de julio, me dio una lección de generosidad y grandeza que jamás he podido olvidar ( ni dejar de agradecer), y
que de algún modo me hicieron recordar el celebérrimo poema de Kipling
“If”, porque no era fácil en absoluto sustraerse al ambiente de linchamiento “social” que prevalecía en
esos momentos y él lo hizo con la
naturalidad que solo los realmente grandes pueden evidenciar en situaciones
semejantes, porque están ya “de vuelta” de todo.
Y
por ese mismo motivo, sólo alguien con una personalidad semejante se podía
permitir, militando en un partido como el suyo, traer a Lluis Llach, de
quien era un declarado admirador, a Benidorm, en un magnífico concierto para
una noche de verano en el Parque de L'Aigüera. Sería la última vez que asistiría en directo a una actuación del
cantautor, al que años atrás había perseguido,
senyera en ristre por Valencia, Gandía, Xátiva u Ondara en pos tanto de sus
canciones como de unas libertades que, estando lejos aún de conseguirse, el de
Verges era uno de los principales exponentes
en su reivindicación.
El
tiempo a veces nos brinda quiebros inesperados. La polémica moción de censura,
mejorable en algunos aspectos, a la
postre sin duda contribuyó a poner a todos, entrantes y salientes, en el lugar que probablemente merecían y a
diario, ya en otro orden de cosas,
podemos comprobar como hoy mismo se cuestionan valores, conceptos o instituciones que en algún momento llegamos
a considerar inmutables: monarquía, sindicatos,
Constitución .
Sin
embargo, hay ocasiones en las que el
panorama con el que nos damos de bruces a la vuelta de un recodo es especialmente devastador, como es el caso de ese
Lluis Llach que el Procés nos ha varado
en la orilla de la actualidad y en
quien es muy difícil reconocer a aquel otro que nos emocionara en el Parc
de LAigüera, evocando a “les vinyes verdes vora el mar” o “Abril del 74”. Aquel que hablaba de “enterrar la por” y nos hacía
entonar emocionados “Cal que neixen flors a cada instant”, aparece ahora
con gorro de lana calado hasta las orejas ( al margen de la estación del año) y
blandiendo una estaca con ciertas similitudes con aquella otra que entre todos
se consiguió tumbar, porque todos los nacionalismos son parecidos, como en su
día apuntaran curiosamente los dos George ( Orwell o Steiner)
En
un penúltimo acto de insumisión, me niego a que la prosaica actualidad arramble
también con aquellos sueños e ideales
por los que un día probablemente lo habríamos dado todo y que sin duda nos han acompañado
durante gran parte de nuestras vidas.
Por ese motivo, por razones básicamente de supervivencia (o de salud mental, si se quiere) he llegado a la conclusión que el Llach
actual de mirada torva y profeta de sufrimientos, no puede ser más que un lúgubre “avatar”
diseñado por alguna agencia secreta de la Generalitat; porque en estos tiempos tan prosaicos, de
corruptelas, corporaciones , inconfesables intereses y porcentajes (3%
incluido), no hay nada más peligroso que las Itacas, como esa del poema de Kavafis, a la que él tan
magistralmente cantara, precisamente porque nos exhortaba a ir “mes lluny de
l’avui que ara ens empresona” y a
ser más sabios y generosos;
aunque la fe no sea “viure d’un record passat”.