El mismo Putin que
no hace tanto filtrara el desafortunado “Fuck
Europe” con el que se despachara una
alta representante de la administración Obama, en una discusión sobre Ucrania en un foro
internacional , se sabe ahora que
ha maniobrado con sus servicios secretos
en las elecciones americanas que se han
decantado en favor de su admirador Trump; y si al declarado
aislacionismo del último le sumamos el comprobado intervencionismo del primero,
a los europeos se nos deberían poner los pelos como escarpias.
Es evidente que el mundo se dispone
a iniciar una nueva e imprevisible singladura que cuesta contemplar con
optimismo dadas las señales que se avistan por doquier. Las democracias
europeas, parasitadas largamente por intereses de importantes grupos de presión
como hemos visto recientemente en el caso de nuestro país, han acabado por
incubar con primor, una generación de políticos mediocre que difícilmente
sabrán encontrar una salida aceptable a la laberíntica situación en la que se
debaten los principales países del Viejo Continente.
Enternece a estas alturas recordar
como el nobel George Steiner se afanaba por encontrar una argamasa con
la consistencia suficiente para
fundamentar el concepto europeo y en como
aludía entre otras cosas, a sus distancias razonablemente salvables, y a la
omnipresencia de los cafés (con prensa disponible), como lugares para la
tertulia, la conspiración y el contubernio.
Lo cierto es que esa proximidad física en
el crisol de lenguas, religiones, etnias
e intereses que constituye Europa ,
ha sido la que ha propiciado la
interminable lista de invasiones que la han asolado desde las legiones romanas , pasando por las invasiones napoleónicas hasta llegar a
las dos
contiendas mundiales, especialmente la segunda, con la “guerra relámpago” de Hitler. Nos
lo acaba de recordar el recuperado cuerpo de Henry John Innes Walker, desventurado capitán neozelandés muerto en la
Batalla de Ypres ; su rescate y reciente identificación nos trae a la memoria los millones de jóvenes que como él sacrificaron
sus vidas y abonaron el suelo europeo hollado en mil batallas, en defensa de la
libertad y de unos valores que aún
tienen a Europa como principal
depositaria : el legado milenario procedente
tanto de Atenas como de Jerusalén , aunque su milenaria coexistencia no
siempre se haya dado en los mejores términos.
Solo después de los horrores de dos
guerras mundiales y especialmente tras las atrocidades nazis se crearían las condiciones que permitirían al fin aunar
esfuerzos, repartir sacrificios y avanzar en una misma dirección. Gran Bretaña
bajaría el puente levadizo (que acaba de dinamitar con el Brexit) para acercarse al continente; la Alemania de
post guerra no escatimaría esfuerzos por hacerse perdonar “sus pecados” y una Francia liberada y
reconciliada consigo misma abrazaría con entusiasmo el proyecto europeo
para alejar para siempre la amenaza
de futuros sobresaltos.
Y es así como con el compromiso, la
negociación y el diálogo entre las naciones y el pacto entre gobiernos, empresarios
los sindicatos, surgiría de un
modelo de sociedad nuevo hasta
entonces basado en el respeto de
la dignidad de las personas, un pacto
social (ahora finiquitado) que propiciaría el periodo más largo de paz que
jamás se haya vivido en nuestra atribulada historia , el único en el que los ciudadanos
por fin, podrían conocer paisajes y paisanajes sin tirarse los trastos a la
cabeza y en el que, si quiera por un momento, se acariciaría la utopía de un
mundo sin fronteras.
Pero en la sociedad globalizada en que vivimos, las circunstancias cambian a
un ritmo de vértigo y si a duras penas hemos conseguido capear ( con secuelas)
los terribles embates de la recesión, sin una unión política y
financiera real y un posicionamiento
estratégico común, no tendremos la más mínima oportunidad en los escenarios que
el futuro inmediato empieza a perfilar ante nuestros ojos.
No estaría demás que algunos, visto lo sucedido en EEUU pusieran sus barbas a remojar y dieran
las luces largas; tal vez estemos aún a tiempo de, parafraseando de
nuevo a Steiner , intuyendo el
“colapso de nuestra civilización”,
podamos driblar la zancadilla que nos prepara el futuro a la vuelta de la esquina para evitar el regreso a un pasado
no tan lejano que en Europa yace
a escasos 40 cm de la superficie en las heladas llanuras
centro europeas donde descansaban los
restos del desventurado capitán neozelandés por fin identificado .
Sería
de desear que su sacrificio, como el de tantos otros que corrieron su misma
suerte, no haya sido en vano para no
tenerlo que reeditar, probablemente con
unas proporciones y consecuencias
que estremece imaginar.