Pocos discutirán que el refranero popular se sostiene, ante todo, sobre el sentido común; ese que, con frecuencia más luce por su ausencia en nuestro día a día . El dicho que da título a este artículo sin ir más lejos, nos lo hemos venido pasando los valencianos por el forro con obstinación, y eso que la historia de nuestra tierra está sembrada de tragedias con el agua desbocada como protagonista. Crecidas, riadas, barrancadas, pantanadas o, directamente, diluvios —como la DANA de hace ahora un año— nos han recordado una y otra vez la fragilidad de levantar la vida junto al cauce porque las aguas, más pronto que tarde harán valer sus escrituras de propiedad.
El episodio del octubre pasado se saldó con miles de damnificados que perdieron sus bienes y, lo que es aún más terrible, 229 vidas y un desaparecido que suma incertidumbre al dolor. Todos ellos abandonados a su suerte por quienes tenían la obligación moral —y política— de velar por su seguridad.
Y es que diferencia de lo que narra el Antiguo Testamento, los valencianos no tuvimos ese día la fortuna de contar con un Noé, ese hombre “justo y recto, perfecto en sus acciones” que construyera el Arca y guiara a los suyos hasta el Monte Ararat. Más bien, lo contrario: el nuestro estaba fuera de cobertura en El Ventorro, y luego —quién sabe— porque esa es otra...
El Almanaque de Las Provincias de 1898 describía así la terrible riada del año anterior y lo que las aguas del Turia arrastraban en su furia: “...gran cantidad de naranjas, una barraca, un gato y un pollo vivos, y dos gansos muy arrogantes que llegaron hasta el Puente de San José... donde perecieron.”
Difícil resistirse a trazar el paralelismo entre aquellos gansos y Carlos Mazón: por la arrogancia que aún exhibe y por esa desconexión con la realidad que le empuja, inexorablemente, hacia un final que todos vemos menos él. Su carrera política no podrá alargarse mucho más —ya lo ha hecho en exceso—, sobre todo después de su último acto de indignidad: acudir al homenaje solemne a las víctimas de la DANA. Más que un error, una ofensa que no añade consuelo alguno, sino sal en la herida.
No hace tanto que lo veíamos recorrer los medios de comunicación, citando compulsivamente a Ortega y Gasset para darse lustre: “Solo es posible avanzar cuando se mira lejos.” Prometía responsabilidad, altura moral y grandes gestas “revestidas de principios”. El balance a día de hoy no puede ser más devastador. Y solo se explica por el defecto que el propio Ortega atribuía a los españoles: “el error habitual en la elección de las personas, la preferencia inveterada de lo ruin a lo selecto.”
Porque otra cosa no, pero a Mazón se le veía venir de lejos. Su pasado orgánico en el partido siempre a la sombra de Zaplana, su paso por la Cámara de Comercio y por la Diputación de Alicante no estuvieron exentos de polémicas. Aunque, quizá, fueron precisamente esas sombras las que lo convirtieron en el ungido por un Partido Popular que, de sus cinco presidentes, cuatro acabarán enfrentándose a la justicia. Y eso, a estas alturas, ya no puede considerarse casualidad.
Llegados aquí, conviene recuperar la pregunta que se hacía hace un año Joan Romero, catedrático emérito de geografía humana: ¿qué impulsa a quienes carecen de capacidad y convicción a aferrarse con uñas y dientes a responsabilidades que los superan?
Una pregunta que alcanza también a Feijoó, cada vez más parecido al Ingenioso Hidalgo de quien Cervantes decía no tener más camino que aquel que Rocinante decidiera imponerle. Vamos, lo que comúnmente entendemos como un pollo sin cabeza.

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