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A menudo lamentamos la irrelevancia de la Europa actual y recordamos con nostalgia los tiempos en que marcaba el paso al resto del mundo con imponentes personalidades que para bien o para mal marcaron los designios del mundo. Ahora en cambio se le llama herbívora con cierta condescendencia .
Pero lo cierto es que esta añorada hegemonía no la protagonizó el Viejo Continente como tal sino algunos de los países que lo integran y la ejercieron sucesivamente durante algún tiempo mientras el resto se la disputaban a cañonazos por tierra, mar y aire. Porque la verdad es que el Viejo Continente nunca ha estado más unido en lo económico, en lo político y hasta en lo militar que ahora gracias a la arquitectura de la que a trancas y barrancas consiguió dotarse sobre los cascotes y cenizas de la Segunda Guerra Mundial.
Era a lo que el primer ministro británico Winston Churchill no paraba de emplazar a todo aquel que le quisiera escuchar, (muchos por aquel entonces), “We must recreate the European family in a regional structure called, it may be the Unite Nations of Europe” ( “debemos refundar la familia europea con una estructura regional llamada, puede que Los Estados Unidos de Europa ” Winston Churchill “Speaking With Different Tongues”).
Había sin embargo una segunda recomendación que no fue atendida en su totalidad : la formación de un ejército europeo (“ international armed force”) que disuadiera cualquier veleidad expansionista de los soviéticos que él ya barruntaba acabaría por producirse. Era más práctico dejárselo al amigo americano, encantado con el papel mientras llevara la voz cantante.
Y así ha estado Europa, sesteando plácidamente ochenta años durante los que ni la Guerra de los Balcanes, ni la invasión de Crimea ni la actual Guerra de Ucrania le han supuesto mayor sobresalto. Cuando al final ha caído de la higuera con el regreso de Trump y el inicio de lo que Andrea Rizzi ha dado en llamar “la era de la revancha”, resulta que nuestro amigo americano no es que no esté ya a nuestro lado, lo tenemos enfrente transmutado en ese ogro naranja de González Pons que nos mira enfurruñado mientras hace manitas con Putin.
La prestigiosa revista TIME resumía en tres magníficas portadas la degradación que ha experimentado el panorama político ( y social) en EEUU. La primera la dedicaba al reciente fallecimiento de Jimmy Carter, fundador del Carter Centre para defender los derechos humanos a nivel mundial. Fue artífice también de los acuerdos de Camp Davis, los más exitosos después de los tratados de la Segunda Guerra Mundial. En la segunda tenemos a un un exultante Trump tras su victoria electoral que aparece como descansando su pie sobre un trofeo; ¿ Biden o Europa?. Frente a Camp Davis para la paz en Oriente Medio, él propone una urbanización de lujo en modo Riviera para una Gaza previamente desinfestada de palestinos, siempre un incordio.
Y ya la tercera de las portadas, la más polémica y venenosa de todas, se la dedica al excéntrico dueño de Tesla, aficionado al saludo romano y fan de la extrema derecha alemana, que aparece sentado tras el “resolute”, escritorio presidencial, regalo de la Reina Victoria tras el que en su día descansaran sus posaderas Kennedy o el mismísimo Roosevelt .
Quedan pocas dudas pues de que asistimos a un brusco cambio de ciclo, en movimiento pendular. Surgen otra vez ridículos personajes como aquellos de principios del siglo XX, que lucen extraños peinados o barbitas (antes fueron bigotitos) , se maquillan con polvos naranja o se ponen de puntillas para las fotos, diciendo barbaridades. Lo de la motosierra es sin duda una interesante aportación del progreso a la causa.
Sucede sin embargo que al final todas estas astracanadas que persiguen subvertir democracias y difundir odio tienen un evidente poder hipnótico para importantes segmentos de la población porque cuentan con vectores de difusión muy efectivos en las redes sociales y sus algoritmos, mucho más potentes que aquellas radios de una sola emisora que regalaba Goebles a los alemanes. Huelga decir como acabó todo aquello.
Europa tiene la oportunidad ahora de hacerse mayor de una vez por todas. Probablemente sea el único lugar donde aún crezca el árbol de la libertad de Thomas Jefferson, aquel que como él decía, de vez en cuando ha de regarse con la sangre de tiranos y de patriotas, porque es su abono natural (“ its natural manure”). El ejemplar más hermoso crece ahora mismo sin duda alguna en las castigadas llanuras de Ucrania.
La cuestión es si el Viejo Continente admitirá esta realidad antes de que sea demasiado tarde, porque de ganar los malos esta vez lo primero que harían sería reescribir la historia, su especialidad y caería en el olvido todo lo que aquí se ha conseguido con tanta “ sangre, sudor y lágrimas” .
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