Sombras en “la cultura del esfuerzo”
“ La cultura del esfuerzo”, es una de esas cantinelas con la que la derecha nos viene regalando los oídos en los últimos tiempos. Al usarla se presentan como esforzados currantes que no reparan en sacrificios para triunfar en la vida. En nuestra Comunidad Valenciana sin ir más lejos, hay un empresario ejemplar, que la ha elegido como lema de su cadena de supermercados y patrocina equipos basket que la lucen ufanos en las camisetas; por mucho que se cuestione su política laboral o aparezca su nombre en papeles de oscura reputación. Sea como fuere, en base a este lema se elaboraría en su día ni más ni menos que toda una ley de educación; la “ Wert”, de infausto recuerdo.
Es esta una expresión a la que es muy difícil objetarle nada ; sin sujeto ni verbo no hay forma de hincarle el diente. Lo mismo pasa con otras de estilo parecido: “El derecho a la vida”, el “derecho a decidir”. Conceptualmente los elementos que las componen son buenos en sí mismos. ¿Cómo vamos a negarle a alguien el derecho a vivir?, faltaría más, ¿ o a decidir?; ¿quién, en su sano juicio puede, por otra parte, cuestionar la bondad del esfuerzo para conseguir alguna meta en la vida (loable, se entiende)?
Sucede sin embargo que todas tienen algo más en común, un gato encerrado que nos quiere sisar la cartera para, en el primer caso: arrebatar a las mujeres su derecho a abortar , conseguir la independencia unilateral caiga quien caiga, en el segundo, o, en el caso que nos ocupa, plagar educación de obstáculos para sembrar las cunetas con el fracaso de los más débiles , culpables, encima, por vagos.
Todos sabemos, por otra parte, que el esfuerzo implica trabajo duro y sacrificio. Precisa, por tanto de una llama interior y una voluntad de hierro que la aventen para ayudarnos a superar las dificultades que nos salen al paso. Hay que vislumbrar la meta que justifique nuestras renuncias. También nos puede ayudar, claro , toparnos con referentes en los que mirarnos y usarlos como modelo y fuente de inspiración
Los juegos olímpicos recientemente finalizados JJOO podrían cumplir a la perfección este papel. Son un claro ejemplo de abnegación y sacrificio . Jóvenes que sacrifican buena de parte de sus vidas para lograr la excelencia en sus respectivas disciplinas compitiendo en buena lid con sus semejantes. En el caso de España es especialmente meritorio el esfuerzo que han tenido que realizar los campeones olímpicos Ana Peleteiro y Ray Zapata, que a todas las dificultades que tiene que superar un deportista de élite, han tenido que sumar en su caso, el proceder de familias de inmigrantes y “ser negros”( palabras suyas).
Es por eso que las reticencias del Sr. Casado en felicitarles no hay por dónde cogerlas. No cabe duda de que sus trayectorias vitales no pueden ser más dispares: esfuerzo, abnegación y sacrificio frente a másteres y carreras caídos del cielo, con amables correteos, en todo caso, sobre la mullida alfombra de Génova 13. Pero si en las mencionadas renuencias de Casado tuvieran algo que ver el color de la piel de los atletas, como todo parece indicar, él solito habría reeditado, cien años después, el episodio protagonizado por Hitler y el atleta de color Owen en los juegos olímpicos de Berlín cuando el primero negó la mano al segundo, por negro. No le quedaría pues, línea roja por cruzar; porque una cosa es seguir la estela de Aznar, y negar la victorias electorales cuando no sean ellos quienes las festejen y otra muy distinta optar por una deriva tan peligrosa como ésta . Uno puede empezar adentrándose en la noche de los tiempos para acabar varando en la de “los cristales rotos”.
Siempre hemos tenido un problema con la derecha en España con honrosas excepciones. La Constitución del 78 extendió una alfombra de decencia sobre las pelusas y restos del banquete franquista que más de treinta años después sus herederos, lejos de limpiarlos y sanear la estancia , se complacen en revindicar.
Y eso no hay fondo ni maná europeo que lo pueda arreglar
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