"A Juan Genovés, pintor Valenciano, In Memoriam"
No
podrían haber elegido los de Vetusta Morla mejor momento para lanzar a
los cuatro vientos el tema que da título al presente artículo. Lo hacen en un
país y continente donde se dan cita
todos los males del siglo XX ,”el
odio, las fronteras y el miedo”,
como decía Edmundo de Waal en un reciente artículo. Por si fuera
poco a estos se le ha acabado sumando esta “peste”, versión 3.0 que no deja de ser el COVID19 y que ha sembrado devastación, miseria y desconfianza
por doquier.
Esta última, la desconfianza, prima hermana
del miedo, corroe nuestra propia condición humana, y nos priva en las situaciones límites a las que miles de personas se han visto
sometidas, de mostrar la compasión y el afecto que hubieran ofrecido sin dudar
en condiciones normales, con el abrazo a un ser querido en el último tramo de sus vida, pongamos por caso.
Era un gesto ,- el abrazo,
digo- que pasaba desapercibido, que
teníamos de algún modo automatizado y que se “disparaba” en las ocasiones
realmente especiales, entrañables, porque implicaba cercanía, contacto, calor físico; pero también de espíritu, una simbólica aproximación de
corazones. No es extraño por tanto que tras estas cinco interminables semanas
de confinamiento se le haya empezado a reivindicar y poner en valor. Lo echamos
de menos.
Pero el abrazo tiene también otra vertiente más trascendente si cabe que no deberíamos desatender
Cuando acabamos de conmemorar el
aniversario de la rendición nazi y de celebrar el Día de Europa,
no se debería olvidar que el periodo más largo de paz y
prosperidad vivido e este convulso continente
se ha forjado en buena medida,
precisamente, a base de abrazos.
Como el que la Gran Bretaña de Churchill
en solitario brindara a la Europa esclavizada por Hitler, que reivindicaría años más tarde“Greece
will never forget how much we gave from the little we had” (Grecia nunca
olvidará lo mucho que dimos , teniendo tan poco”); como el posterior abrazo
de EEUU a Gran Bretaña y a Europa en su conjunto al entrar en la contienda o el
providencial Plan Marshall ; como el de
Alemania y Francia en su histórica reconciliación que allanó el terreno para el
proyecto Europeo, o el de los propios alemanes con la caída del Muro, o el de
los portugueses en su Revolución de los Claveles y su emotiva Grandola Vila
Morena o finalmente el nuestro, el de la
transición, que tan bien reflejara Genovés
en su cuadro del mismo nombre.
Los efectos benéficos del abrazo,
son pues indiscutibles, pero lo son aún cuando vienen mal dadas ,en mitad de
una galerna como la que nos azota en
estos momentos. Hacer piña, arrimar el hombro, remar en la misma dirección, ser
honestos, es una cuestión de pura
supervivencia. Lo primero es no
zozobrar. Así se ha entendido en toda Europa. Tiempo habrá para el reproche y
la rendición de cuentas. Bastante tienen los gobiernos de turno con lidiar el morlaco que les ha tocado . Así se ha
entendido en toda Europa decía…,
menos en España.
Tenemos aquí una derecha, (con los
nacionalistas no pierdo más el tiempo) que lo que quieren es hundir el país para después rescatarlo , según Montoro en un rapto de sinceridad. Lo
que pasa es que ya sabemos a quienes les da siempre por arrojar por la borda
con tal de salvarse ellos ; de nuevo
tenemos aquello de “jugamos como digo o rompo el juguete”, Cuarenta años de
franquismo les extendieron, es lo que creen, la escritura de propiedad .
Decía Marco Aurelio, por
cierto, víctima él mismo de la peste, que había que actuar con prudencia y decir
siempre la verdad. Poco hay más prudente
aquí y ahora que curar heridas, ahuyentar a la muerte y desterrar a la oscuridad, como reza la canción. Pero este Partido Popular de Casado,
instalado en una permanente impostura, el único abrazo que al parecer está en
condiciones de dar al país , una vez más
es “ el abrazo del oso”, especialidad de la casa .
El dragón al que
se enfrenta España tiene, a lo que se ve, más de una cabeza.
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