“Uno no es de
ninguna parte hasta que no tiene un muerto enterrado bajo tierra”, clamaba José
Arcadio Buendía en “Cien Años de
Soledad” y en Cataluña, a lo que se ve, tiene una pléyade de seguidores
desquiciados por extender la primera
escritura de propiedad.
Si un día reclama un miembro del Govern, una víctima en
el altar de la credibilidad del “Procés”, al poco se despacha el histrión de Torra con una loa a la vía eslovena,
pavimentada como se sabe sobre los restos de 60 desgraciados, que son siempre
los que acaban pagando el pato.
Poco más tarde intervendría Tardà
para matizar. Los muertos que los pongan los de enfrente y alude a los
desastres de Anual y del 98. Una postura con más “seny”, viendo quiénes han hecho un uso más proactivo de la
violencia, ( “cualquier cosa que ocurre con violencia o brusquedad”, María Moliner), o quiénes han tenido la
divertida ocurrencia de ahorcar monigotes de puentes de autopista, desenfadado canto a la vida y a la convivencia
donde los haya.
Y mientras tanto otros aseguran que esta vez la
Reconquista empieza por el Sur con una espectacular subida de la extrema derecha aún por digerir que no
se sustenta, y esto es lo verdaderamente notable, en programa electoral alguno
porque “cuando se tiene una buena dosis
de odio no hace falta esperanza”, según Faulkner.. Algo parecido a lo que TV3 reprochaba al Govern en una
brillante parodia del último anuncio de IKEA.
“Cómo es posible
que Cataluña haya caído en una situación tan dolorosa como la que está a punto
de producirse”, se preguntaba Tarradellas con amargura hace cuarenta
años en una carta dirigida al director de La Vanguardia, alarmado al ver como
se empezaba a incubar el huevo de la serpiente que nos acaba de eclosionar.
Pues como siempre, porque no es la primera vez que nos sucede. Por una
perniciosa combinación de intereses, incompetencias o incomparecencias de los
“hunos” y de los “hotros” del imprescindible Unamuno y por la impagable contribución de los independentista con
su atávica manía de morder la mano de quien
con más deferencia les trata.
En realidad, y eso es una ventaja, no nos queda mucho donde
elegir. O ponemos en marcha la máquina de fabricar independentistas, esta vez
en modo turbo-Vox, o buscamos una
fórmula que nos permita retener a los dos millones de catalanes que se oponen
heroicamente a la independencia y con un
poco de suerte recuperar a algunos de los muchos que se han visto arrastrados hacia
ella.
No hay color y el puente aéreo Tarradellas- Adolfo Suárez que unirá a partir de ahora Barcelona
con Madrid tal vez debería indicar la senda que cabría transitar para huír del precipicio al que
según la prestigiosa revista TIME,
nos dirigímos “…hurtling towards the
brink”
Por tanto no queda otra que remover la venda de
prejuicios y odio que impide ver lo
sustancial. Lo que traían por ejemplo,
muchos diarios en las portadas en las
que se podía leer como la justicia condenaba a Ana Botella por el presunto desfalco en la vivienda social de
Madrid y como el Gobierno acababa de subir el salario mínimo y actualizaba las
pensiones. Urge poner el foco en lo que de verdad nos afecta a todos: en la
educación, en la sanidad, en la dependencia. Hay que aventar con determinación
la llama de la esperanza para que de nuevo prenda en el espíritu de la ciudadanía
y dejar al fin sin coartadas a los farsantes y salvapatrias.
En ningún sitio está escrito que estemos condenados a
repetir la historia. Por una vez, démosle un quiebro. Aprovechemos, además que,
contrariamente a la Ursula de “Cien
Años de Soledad” que replicaba desafiante a Jose Arcadio “si es necesario
que me muera para que se queden aquí, me muero”, estos lideres del Procés,
afortunadamente no tienen madera de héroe ni mucho menos de mártir.; con un Puigdemon placidamente instalado en
Bruselas y un Torra que el máximo
sacrificio que ha estado dispuesto a hacer es privarse de las magdalenas de dos
desayunos.
Créanme, hay esperanza.