A quienes ya acumulamos algunos años, nos resulta imposible no experimentar una devastadora sensación de déjà vu ante el último escándalo de corrupción, esta vez protagonizado por destacados militantes y cargos públicos del PSOE.
Como en la famosa novela de Dickens, regresan a nuestra memoria nombres de empresas de infausto recuerdo —Filesa, Malesa, Time Export— y figuras espectrales del pasado más turbio de nuestra democracia: Roldán, Barrionuevo, Rafael Vera, Amedo, se nos aparecen en pesadillas . Aquellos hechos no solo sacudieron al partido y a su militancia, sino que tuvieron consecuencias devastadoras para toda la sociedad. Quedamos entonces a merced de lo que vendría después: los gobiernos de Aznar, con sus políticas implacables y sus mentiras, que ya entonces amenazaban con manipular elecciones y no acatar sus resultados.
Por eso cuesta comprender que Eduardo Madina afirme no recordar situaciones comparables bajo otros liderazgos socialistas. Más aún cuando lo actual está lejos de probarse como una trama estructural del partido, como sí ocurrió bajo Felipe González o como ha sido evidente en el caso del Partido Popular, cuya sede —conviene no olvidarlo— fue literalmente pagada con dinero negro.
Madina es, sin duda, una figura respetada dentro del socialismo español. Su valentía en tiempos difíciles, que casi le costó la vida, está fuera de toda duda. Pero desde que perdió las primarias frente a Pedro Sánchez, su discurso ha adquirido un tono amargo, en línea con otros referentes desencantados: Alfonso Guerra, Felipe González, Javier Lambán, Emiliano García-Page… Todos ellos parecen hoy más cómodos atacando a su propio partido y secretario general que defendiéndolo, incluso frente a una ofensiva mediática y política brutal por parte de la derecha, la ultraderecha y la ya célebre fachosfera.
Ni siquiera las circunstancias extremas que ha debido afrontar el presidente del Gobierno —el procés, la pandemia, la borrasca Filomena, la guerra de Putin— han despertado en ellos un mínimo de empatía o comprensión. No se pide entusiasmo, pero sí algo de ecuanimidad ante una gestión que, pese a todo, ha logrado avances significativos.
Incluso cuando Pedro Sánchez ha demostrado un liderazgo europeo firme —denunciando el genocidio de Netanyahu o enfrentando sin ambigüedad el delirio de Trump—, no ha recibido un solo gesto de reconocimiento por parte de esta troupe. Unos, instalados en esa visión patrimonial del Estado tan típica del PP, donde siguen convencidos de que el poder les pertenece por derecho natural. Y los otros haciendo lo propio en el seno del PSOE. Ellos son los custodios de las esencias socialistas y Sánchez, una suerte de advenedizo a quien criticar , mientras dan oxígeno a los mismos que quieren destruir los avances logrados.
En su imprescindible artículo “Corrupción española”, el añorado Santos Juliá —cuánta falta haría hoy— citaba a Karl Marx: “Ninguna revolución ha ofrecido un espectáculo tan escandaloso en la conducta de sus hombres públicos como la española, emprendida en interés de la moralidad… ya fueran partidarios de Espartero o de Narváez”.
La corrupción, en efecto, es un problema estructural y profundo. Pero hay formas distintas de afrontarla. Hoy no se lincha al denunciante, y es impensable que se rindiera homenaje a un corrupto a las puertas de la cárcel, si llegara el caso. Algo se habrá avanzado.
Mientras tanto, para situarnos en las coordenadas correctas ante tanta incertidumbre,los militantes y simpatizantes socialistas siempre podremos aferrarnos a esa larga lista de conquistas sociales promovidas por los gobiernos de Pedro Sánchez y de persistir las dudas aplicar el criterio que sugería hace poco Ramón Espinar a quien observar la lista de enemigos que enfrenta el presidente español: Putin, Trump, Netanyahu, Orbán… le impelía a alistarse en su ejército. No parece demasiado difícil detectar el lado correcto de la historia en esta ocasión.
Porque si como advertía Santos Juliá, la democracia española solo tendrá futuro “si se revierte la huida hacia los extremos emprendida por los secesionistas catalanes y las derechas españolas”, conviene no olvidar que por fin los socialistas vuelven a gobernar en Cataluña y el secesionismo atraviesa su momento más bajo.
El problema, de nuevo son las derechas españolas embarcadas en una peligrosa deriva que las lleva a confluir con la derecha extrema ; pero lo más surrealista de todo es que sean socialistas descontentos quienes más empeñados parecen en extender la alfombra roja a los auténticos enemigos de la democracia. A lo mejor es que no han visto lo que, con aguda ironía, retrataba Riki Blanco en una de sus viñetas : “Estáis a un Pedro Sánchez de que entren los fachas.”
Pues eso mismo.